lunes, 12 de abril de 2010

"creemos que miramos el cielo pero es el cielo quien nos mira, nos vio nacer y morir millones de veces y sigue ahí, inmortal y espectante de las genialidades y torpezas del hombre" dije al terminar mi vaso de vino.
en ese momento me sentí puro. ahogado por mis propias palabras. una noche, como tantas otras, de declaraciones profundas, revelaciones repentinas de los mas íntimos secretos y debilidades al primer borracho que te cruzás.

durmiendo con la muerta

la vida de Horacio era aburrida. el trabajo en la oficina lo malhumoraba y la relación con su mujer, Lidia, iba de mal en peor. cuando se sumergía en el alcohol, las discusiones rozaban la violencia física. ella nunca había podido quedar embarazada.
una noche, luego de una cena en silencio, Lidia le exigió sentarse a hablar sobre la separación, argumentando que el matrimonio se estaba destruyendo cada vez más y más y más y más y más y más. a lo que él contestó con cerveza en mano y sin quitar la mirada del televisor:
-no me jodás. callate y andate a dormir.
Lidia se calló y se fue a dormir.
eran ya las 12 de la noche, Horacio apagó el televisor y se disponía a acostarse cuando un grito estremecedor paralizó toda la casa. tragó saliva y preguntó temblando al cuarto donde dormía su esposa:
-¡¿qué pasó, Lidia?!
el silencio reinaba. con paso lento y cauteloso se dirigió hacia la puerta y notó manos de sangre marcadas en todo el pasillo. fue entonces que abrió de golpe y se encontró con un espectáculo desgarrador:
Lidia yacía muerta hace meses sobre la cama; en estado de descomposición y con moscas violándole alrededor. Horacio jamas la había visto.

ni

a
m
a
d
o.

sueño.

soñé que corría a la orilla
con hambre de almejas
pero atado al ancla de tus piernas
me vi inmovilizado.

entonces te miré y
la luna descendió
cubriendo tu vestido blanco,
y entre pétalos y mariposas,
gotearon de tu boca
dos palabras:
te amo.