martes, 10 de mayo de 2011

I
8 de la mañana. Murmullo constante, bocinazos, griterío de vendedores, chirrido de motores y música tropical. El tren repleto de semblantes pálidos viaja bajo un sol blanco y matinal. Me esperan para una entrevista laboral.
Distingo la oficina del entrevistador por la horda de fracasados que forman fila tras su puerta y pasados 40 minutos de espera me llaman.

II
Sentado frente a un escritorio disimulo mi tristeza con una sonrisa petrificada en la boca. Mi entrevistador, antes que nada, comienza con el habitual coloquio: que ofrecemos el más cálido ambiente de trabajo, que nos interesa tu desarrollo personal, que contamos con sucursales en todo el país y estamos en busca de nuevos esclavos.
Yo, de saco y corbata, afeitado y lustrados los zapatos, siento ganas de escupir el piso y su cara. Ya me veo en esas oficinas pudriéndome frente a una computadora ocho horas diarias, respirando aire acondicionado junto a aquellos que encuentran dignidad en ser explotados, menospreciados y asalariados.
Nos imagino mirando impacientes el reloj hasta que sea la hora de irnos a casa. Y ya en casa mirando el reloj de vuelta, absortos, sufriendo las horas terribles: las horas que restan para volver a la rutina.
Almorzando apurado, viviendo apurado. Hasta que un día tengo 40 años, estoy pelado y desperdicié mi vida.

III
-Cuentemé, qué estudios tiene?- preguntó.
-Los estudios que tenga o no tenga yo, no tienen relación alguna con mi persona. Para conocerme profundamente usted debería preguntarme acerca de mis relaciones íntimas con la sociedad y conmigo mismo. Y ahísovacaría usted las profundidades de mi alma; el anhelo intrínseco; el por qué cuesta dormir de noche; mi razón para estar vivo. Imposible apreciar las virtudes de una persona prejuzgando únicamente su profesión. Ya sea ingeniero o delicuente, mi existencia puede ser tan efímera como la de un insecto aplastado por un niño travieso.

IV
Nos damos la mano y me retiro.
Al desempleado el tiempo libre lo sofoca, abunda de tal forma que no se sabe que hacer con él. Por eso emprendo una caminata por las callecitas de mi querida Buenos Aires con el único fin de distraerme. Un asombrado turista norteamericano filma con su celular a dos pibes paqueros escarbando la basura de un Mcdonals.
Las hojas secas se desperdigan en el suelo formando alfombras castañas que crujen al pisarlas.
Vuelvo a casa abatido. Nada de qué preocuparse por hoy.

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