domingo, 8 de agosto de 2010

Grisel.

El sol abraza las casas bajas. Un lago colmado de pájaros moja la arena. Cierta calma pesa sobre las calles aturdidas y el pavimento hierve bajo un mediodía anaranjado. El ruido roto de un ventilador resuena mientras duermo con un brazo colgando de la cama, casi tocando el suelo.
Ya despierto, meto dos huevos fritos y una porción de pizza en la octava maravilla de la humanidad: el microondas. Arrancada la espera de 0:59 segundos de cocción, miro mis pies y veo dos barcos hundiéndose en el abismo, entre piedras filosas y reptiles hambrientos. Lluvia ácida y zombies nazis caen de un negro cielo. Ya no queda esperanza.
El timbre de los 0:00 segundos me retorna a la viva realidad, siento hambre y mis manos sudan.
Golpean la puerta. Al abrir, irrumpe desaforadamente en mi cuarto Grisel. Harapienta, perfumada de mugre y resaca. Anoche durmió en un banco de plaza y su cara está demacrada. La invito a sentarse y sobre el único plato que tengo le sirvo los huevos fritos y la porción de pizza.
Mastica atractivamente y en silencio la observo. Grisel es una de esas embarcaciones en llamas que se hunde en aguas profundas y me arrastra consigo.

3 comentarios: